¿Habrá poesía hilarante hoy?

En espera de no equivocarme no recuerdo una efusión tan prolífica y abierta de la poesía burlesca y satírica desde los Siglos de Oro[1]. Los temas de secreciones corporales, escarnio a defectos físicos o a la agudeza mental o simplemente mofa hacia algún personaje importante son dignos de elogio pero sobre todo de gozo. No sé si conforme transcurrió el tiempo la poesía se hizo más solemne, incluso la imagen del poeta. Con el tiempo disminuyó el poeta que tenía un mecenas y era otro trabajador que se le pagaba por sus servicios pero que también era un ser humano que disfrutaba de la vida en especial los placeres más mundanos y de repente emergió el poeta maldito, el poeta bohemio. Ese poeta oscuro que gusta de experimentar cosas peligrosas, escribir por las noches y vestir de negro. Claro que ya en esta época he conocido a poetas reconocidos y galardonados que lavan sus platos y escriben a las 5 de la mañana, por aquello de la productividad.Para no salirme por la tangente, sea que la imagen habrá arrastrado a la poesía a un tono más serio o sea a la inversa, el hecho es que la poesía es más solemne y ha dejado de ser una total atrevida e irreverente y aún cuando se le ocurre tocar temas con tono jocoso lo hace oblicuamente. Vemos poemas todavía en el siglo XX de las Vanguardias, los poemínimos de Efraín Huerta que todavía salieron en 1985 y ya no recuerdo más.

Tampoco ayuda mucho a la participación de la poesía humorística en la actualidad, el actual humor de la comunidad mundial que, evidentemente, no es el mismo al de los siglos pasados y quizá es más exigente. Tan sólo hay que ver qué tantos programas cómicos existen en televisión en proporción a otros géneros.

Quizás haya que ver de forma diferente a la poesía actual, habrá que depender de la perspectiva del lector. Si éste ve a un poema que en el pasado o en el presente es serio que él puede ver como satírico o mordaz. Para reír con la poesía nos queda, no sé si afortunadamente, recurrir a la pequeña trinchera de los malos poemas ante los cuales no queda más que reír: Al pasar por tu ventana, me tirastes un limón. Si yo te tirara otro, ¿qué necesidá hay de eso?[2]

[1] Aunque también en la Edad Media existían textos jocosos como los del Arcipreste de Hita, El libro del buen amor, (o como los Fabliaux o hablillas) no eran abiertamente aceptados por la sociedad en general.
[2]Tomado el 23 de octubre del 2010 del programa “Buenos días” de Martínez Serrano.

Del odio al valor, sólo hay un paso.

En mi último post deje sólo como nota a pie la rivalidad de dos buenos compositores, músicos y artistas. En los subsiguientes días me quedé pensando en que las rivalidades, si son entre dos grandes genios que además son buenos contestatarios pueden rendir frutos exquisitos. ¿Debería convencer a mi lector tan sólo con ello? Tendré que poner ejemplos (sí, soy astuta pues precisamente quería hacerlo). Dos poetas maravillosos (a los que, por su existencia, se les atribuye la luz áurea de los Siglos de Oro) una vez en la Madre Patria, España, comenzaron un burlesco juego de insultos solamente por un nada despreciable puesto de poeta real, es decir y para que se entienda, ser poeta del rey de España.

Ya no doy más círculos (no vaya a salirme por la tangente) pues hablo de Luis de Góngora y Argote y de Francisco de Quevedo. La pequeña querella que se convirtió en celebre disputa (si fuera en esta época sonaría a chisme de barrio) comenzó cuando, al tomar valor, de manera despreocupadamente anónima uno lanzó un poema recordando a la población que su rival no tenía sangre noble. El otro, para responderle, no se escudó en el anonimato y respondió pícaramente con otros versos más ingeniosos (algo así como que con el esos versos se limpiaba el trasero).

Con ello, nos demuestran que un caballero se puede desprender de un lenguaje absurdo y soez para esgrimir insultos con elegancia e ingenio; basta con ver los apodos que se decían: Perro de los ingenios de Castilla, Anacreonte español; uno el culterano y el otro el conceptista (y lo eran pues ambos cultivaron esas formas de hacer poesía). Esos poemas terminan siendo diatribas mordaces (quién sabe igual y sí había mordidas ocultas de estos caníbales literarios) para sus contrincante y chisme gozoso para el poblado (que, repito, si fuera hoy en día los veríamos dando declaraciones a los programas llamados de espectáculos).

Este es chisme bien consabido y aún tienen quién reavive (más entre los críticos) y tome partido en la vieja rencilla e incluso dé pie a confrontar formalmente a los poemas. Sin embargo y bajo mi perspectiva es una delicia leer los dimes y diretes llenos de ingenio. No sé si decir si el odio es un algo para congratularse aunque sea para alguien específico y no para la mujer, una raza, una religión o el mundo en general; lo que sí se decir a ciencia cierta es que el odio se vuelve un incentivo para la antropofágia poética, por lo que, cualquier sentimiento puede producir grandes obras si es bien encausado.